9/12/08

Tomar la vía del arquetipo

Con Die Welle (La ola, 2008), Dennis Gansel se aproxima al tratamiento de los totalitarismos que Oliver Hirschbiegel propuso con Das Experiment (El experimento, 2001) y, posteriormente, con Der Untergang (El hundimiento, 2004). Ambos directores, hijos, si no nietos, de alemanes que vivieron el nazismo y luego una Alemania capitalizada y en proceso de expansión (los directores son originarios de Hamburgo y Hannover, y no de Leipzig o Dresde), buscan explorar su propia historia, ya lejana, y para ello se alejan de posturas derrotistas o justificativas en las que esconder al nazismo como un episodio contingente, como una forma horrible de devenir histórico, y toman el toro por los cuernos: buscan la universalidad de la violencia y la opresión en el comportamiento humano. Esta vuelta de péndulo era sin duda necesaria: todo intento de pensar un fenómeno en concreto debe nutrirse de ser y de tiempo, es decir, de lo perenne y lo caduco, que es, a la vez, lo necesario y lo contingente. Explorar la historia en estos términos es una provocación, y tiene mucho que ver con la responsabilidad del hombre ante su misma esencia, pero es a la vez una forma que el discurso exige para comprenderse mejor (a lo que el pueblo alemán responde positivamente con un gran número de espectadores en las tres películas) y, además, un método efectivo para mostrar al resto del mundo lo que por azar —y ciertas predisposiciones sociales contingentes, ya analizadas por un cine anterior—sucedió en su territorio, humano y por lo tanto, en esencia, tan susceptible como cualquier otro a los acontecimientos.

Es importante señalar aquí que dos de las películas mencionadas, Das Experiment y Die Welle, se basan en casos reales sucedidos recientemente, los dos, en California. La primera recrea un conocido experimento llevado a cabo por la Universidad de Stanford, mientras que la segunda traslada a la pantalla un ejercicio llevado a cabo por un profesor de historia de una escuela de Palo Alto que quería mostrar mediante éste el significado real de los totalitarismos (http://www.local6.com/news/8345157/detail.html). Sin embargo, aunque los protagonistas de los sucesos hayan sido los lejanos otros, ganadores de la guerra, escritores de la historia, Alemania lo aproxima a los vencidos y reflexiona acerca de cómo el olvido puede provocar la recuperación de los errores del pasado. ¡Andémonos con ojo —sueltan Gansel y Hirschbiegel—, ya que el fascista no está lejos, ni en 1933 ni en California, sino en nuestras entrañas! Sabia recomendación, ya que, por mucho que pueda sentar mal a ciertos neomaniqueos, aceptar la universalidad —y, de esta forma, la arquetipación bajo el símbolo “Hitler” que Der Untergang humaniza y sitúa bajo la piel de todos— de las vergüenzas humanas y tenerlas siempre presentes puede evitar efectivamente que la humanidad caiga de nuevo en las convulsiones que la sociedad provoca a nuestra especie. Hollywood, por el contrario, opta por la alternativa maniquea neoconservadora y tiene la necesidad de situar los trapos sucios de la consciencia humana bajo formas despiadadas y desalmadas del otro extremo del mundo, lejos, convirtiéndolos en los otros deshumanizados, lo que provoca una fuerte dicotomía en la percepción social de la población.

Tomar la vía del arquetipo (que, como se ha dicho, junto al tiempo constituye el conjunto de la explicación a los relatos humanos) favorece a la creación de un sujeto que se siente partícipe de lo universal que hay en su propia definición. Tomar la vía del arquetipo favorece una sociedad más autoconsciente, crítica en sus logros y, tal como propone inteligentemente Die Welle, en sus limitaciones.

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