15/7/07

Cuando el arte muestra lo irrepresentable

La puesta en escena de la tragedia ática va ligada a la duplicidad de la apariencia apolínea y a la agitación dionisíaca del canto lírico. Y en tanto que representación, Dioniso sólo puede ser presentado en escena desde la música ditirámbica a través del coro, mientras que Apolo compensa la dicotomía ofreciendo una imagen representada (que por su naturaleza no podrá ser exhaustiva en el simbolismo universal) de la música báquica.

El artista dionisiaco, latente entre los dos instintos artísticos, tiende a identificarse con lo Uno primordial (el dolor y la confrontación) para producir un réplica (representación) de éste a manera de música. Y esta música se representa nuevamente, se hace visible, bajo la apariencia apolínea del sueño. Es decir, todo lo a-figurativo y a-conceptual (dionisiaco) del dolor primordial inscrito en la música, engendra por medio de Apolo una figura simbólica ejemplificada en la individualización, lo que entendemos como héroe trágico (la parte episódica de la tragedia ática). Y en cuya tragedia, la temática es susceptible de adoptar, la pluralidad de formas que caracterizan la imagen apolínea de Dioniso.

“La forma más antigua de la tragedia griega tuvo ya como único objeto mostrar los sufrimientos de Dioniso, y durante larguísimo tiempo el único héroe presente en la escena fue cabalmente Dioniso. Mas con seguridad es lícito afirmar que nunca, hasta Eurípides, dejó Dioniso de ser héroe trágico, y que todas las figuras de la escena griega, Prometeo, Edipo, etc., son tan solo máscaras de aquel héroe originario, Dioniso.”

La culminación de la tragedia o del conflicto irreconciliable universal, se encuentra en la disolución de todo principio individual en el arte dionisiaco, cuya suprema realización es la música: acompañada de la agitación, la orgía y la fusión-reconciliación de la individualización civilizada con la naturaleza más salvaje.

Aún así, la respuesta de los trágicos varió en Eurípides cuando divulgó un nuevo arte enteramente apolíneo, donde lo bello para ser bello tenía que ser exclusivamente inteligible. ¿Pero en tal caso, porqué la victoria de Dioniso en su obra póstuma?

En el atardecer de su vida, Eurípides propuso del modo más enérgico a sus contemporáneos, en un mito, la cuestión del valor y del significado de esa tendencia. ¿Tiene lo dionisiaco derecho a subsistir? ¿No se lo ha de extirpar del suelo griego por la violencia?

Sin duda, dísenos el poeta, si ello fuera posible: pero el dios Dioniso es demasiado poderoso; el adversario más inteligente de él –como Penteo en Las bacantes– es insospechosamente víctima de su magia, y, transformado por ella, corre luego hacia su fatalidad. El juicio de los dos ancianos Cadmo y Tiresias parece ser también el juicio del anciano poeta: la reflexión de los individuos más inteligentes, dice, no consigue destruir aquellas viejas tradiciones populares, aquella veneración eternamente propagada de Dioniso.

Tanto ha permanecido la dicotomía Dionisio-Apolo, que en la escena contemporánea nos encontramos procesos de creación artística perfectamente susceptibles de ser analizados des de los arquetipos a-figurativo, desmesurado, insurrecto (dionisíacos) como figurativo, harmónico y reflexionante (apolíneo). Si nos fijamos en las vanguardias, el arte no deja de intentar dar forma o simplemente capturar el momento dionisiaco como aquello que esta fuera de escena, latente en cada momento, vivo porque no puede, sino a través de Apolo, ser presa de la representación.

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